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Javier Lara

LA DIÁSPORA COLOMBIANA

Los Cueros Al Sol


La situación política, económica y social de nuestro país giró 180 grados. El nuevo gobierno tiene una serie de ideas que -para bien o para mal- van a cambiar la vida de todos. Es un riesgo enorme, lleno de dudas e incertidumbres. Desde las reformas a la salud, al sistema de pensiones y la cuestionada concepción sobre los combustibles fósiles. El futuro pinta complicado. Por primera vez en la historia llega al poder una izquierda anacrónica y sin experiencia. La democracia es así.

Dentro de estas circunstancias nuestro gremio tiene que mantenerse, crecer y asimilar las nuevas realidades. Un dólar inestable, materias primas costosas y escasas, dificultades para conseguir mano de obra calificada. Un panorama que requiere capital de trabajo, competitividad, costos razonables y precios que consulten el poder adquisitivo de un comprador acosado por la inflación, la más alta de los últimos treinta años.

Sin embargo, hay un fenómeno más grave. La gente joven se va de Colombia en búsqueda de mejores oportunidades. Canadá, Estados Unidos, Europa, Australia y las grandes potencias necesitan llenar un sinnúmero de vacantes. Los requisitos se han flexibilizado. Los muchachos no ven un futuro promisorio acá. Salarios mediocres, la educación de baja calidad y cara, las oportunidades en nuestro país son frustrantes. Afuera hay un mundo que les ofrece mejor nivel de vida; no será fácil, pero vale la pena ensayar.

El patrimonio más importante de la economía se está perdiendo: la juventud, los que deben hacer el relevo generacional emigraron, les tocó. No pueden dilapidar sus vidas en una sociedad sin opciones para ellos. Para complicar el asunto la tasa de natalidad decrece a unos niveles preocupantes. Los matrimonios jóvenes ya no quieren tener hijos. Sus prioridades son otras. Mantener y criar a un niño resulta carísimo y procrear para algunos es una irresponsabilidad.

Mientras Latinoamérica entra en una oleada de gobiernos similares, el capitalismo sigue siendo el motor de las economías del primer mundo. Tal vez nuestros países, cansados de la corrupción y los abusos de la derecha dominante, decidieron darle la oportunidad al bando del frente. Cada quien sacará sus propias conclusiones, hará el balance. Ojalá salgamos bien librados.

La reducción del gremio es irrefutable. Desde los años ochenta, pasando por la apertura de César Gaviria y la llegada de los nuevos líderes, el número de fabricantes y de Curtiembres cayó de forma dramática. La misma feria de Bogotá no es ni la sombra de lo que era en esos tiempos. Ha sido un decrecimiento sostenido, cruel e infame. Ningún gobierno logró apoyar al gremio ni los organismos representantes del mismo hicieron nada. Hubo una constante: la división. Cada uno por su lado en la defensa de intereses particulares y regionales. La manera más exitosa de fracasar.

Lo que se ve hoy en día es a un grupo reducido de empresarios dinámicos, recursivos y tercos tratando de sostener industrias, empleados, productos, calidad en medio de unas condiciones hostiles. Todos los conocemos y admiramos. Muchos de ellos no necesitan de sus fábricas para vivir. Simplemente asumen retos.

La diáspora no solo ha sido de los jóvenes; muchos capitales e industrias se han marchado hacia países que los reciben con los brazos abiertos, les dan toda clase de incentivos, apoyo y facilidades para crecer. En Colombia las ventajas competitivas son escasas. Basta con ver como colapsan las carreteras y los puertos. Una infraestructura obsoleta que solo confirma nuestro atraso.

Es una quijotada hacer empresa. El primero que pone toda clase de obstáculos y trabas burocráticas es el establecimiento. Una serie de papeles y requisitos que aburren a cualquiera y lo hacen desistir. Dicen que de cada diez intentos de crear alguna industria nueve fracasan en el primer año. Se necesita fomentar el empleo, pero así nadie se le mide.

Otro factor difícil radica en que el sector de cueros, calzado, marroquinería e industrias afines ya no es atractivo. Las nuevas tecnologías acaparan a los jóvenes. Quieren ser “influenciadores”, ganar dinero rápido con sus millones de seguidores en las redes sociales. Sueñan con eso porque sus ídolos han sido exitosos así.

Una curtiembre, una fábrica de calzado o marroquinería les llaman la atención en la medida en que involucren tecnología. Por eso les agrada la parte comercial a través de aplicaciones o redes sociales. Ahí desarrollan todo su talento, ganan buenos ingresos y aportan al crecimiento de su empresa. Marketing digital es la profesión de moda. La forma de vender también cambió. Es algo inevitable y que muchos empresarios del gremio no asimilan, no valoran o se niegan a aceptar.

Hay un reto enorme, capacitar e incentivar a las nuevas generaciones para que vean en nuestra actividad una forma de crecer, de aplicar nuevas tecnologías y ganar dinero. Ya lo he dicho antes. Conozco personas de menos de treinta años de edad que viven de vender trescientos pares al mes por redes sociales, no tienen fábrica, todo lo mandan a maquilar y sus ingresos son bastante buenos.

Sí hay como detener la diáspora de los jóvenes. Pero el gobierno, los gremios y los empresarios tienen que hacer un esfuerzo en común para generar las condiciones que atraigan a esos talentos que solo buscan una oportunidad. Ellos se encargarán de hacer el resto.

No obstante, la parte más complicada es la desidia de un Estado corroído por la corrupción y unos gremios que en lugar de unir solo han dividido, creado envidias y esfuerzos aislados. Mientras nuestra idiosincrasia esté basada en el egoísmo y la falta de trabajo en equipo no habrá nada que nos permita avanzar.

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